viernes, 4 de marzo de 2011

Entre Belisario y Adolfo: Don José Iturriaga, el último sabio mexicano


Ejerció casi todos los oficios del mundo: desde sencillo obrero hasta excelso diplomático; del humilde aprendizaje del medio rural veracruzano, en la comunidad de Trapiche del Rosario, municipio de Actopan, a donde llegó de su natal Ciudad de México en los albores de su infancia a que su padre ejerciera como maestro rural, a sus honrosas aportaciones a las encomiendas oficiales en sitios tan distantes geográfica e ideológicamente, como el continente africano, la península ibérica o la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Recipiendario de innumerables homenajes y reconocimientos durante su prolífica vida a los que, con honesta modestia, consideraba “injustos por exceso de generosidad” de sus otorgantes, y los cuales expresaba recibir “con un sentimiento confuso en donde se haya mezclada la vergüenza y la satisfacción”, recibió, de hecho, en los años 2001 y 2010, (inevitable reparar  en la curiosa coincidencia numérica), las más altas condecoraciones civiles otorgadas por el Gobierno Federal y el Gobierno del Estado de su adoptado Veracruz, respectivamente: las medallas “Belisario Domínguez” y “Adolfo Ruiz Cortines”.

Probo y eficaz como servidor público, escrupulosamente honorable en el manejo de los recursos, virtud que él mismo no consideraba como tal, “sino una obligación de estricta moralidad irrenunciable”, profesaba la prevalencia imprescindible en todo funcionario del precepto de “hacer más iguales a los que nacieron desiguales”.

Filósofo, abogado, historiador, sociólogo, antropólogo, politólogo, economista, crítico de arte, literato, filólogo, bibliófilo, arquitecto, urbanista, agrónomo, diplomático, pero sobre todo, eficaz observador y crítico imparcial del devenir social, cultural y político de México, que a mediados de los años ‘70 del siglo XX fue testigo de la decadencia de un Estado benefactor y regulador, y de los logros y consecuencias de un sistema de “desarrollo estabilizador”; en este sentido, sus apreciaciones sobre la economía apuntaban ya entonces a la necesidad de que el Estado adelgazara su participación, para brindar más y mejores oportunidades de inversión a los empresarios nacionales.

“Nada daña más a la patria que la división de los mexicanos”, decía al tiempo que consideraba a Belisario Domínguez como “un apasionado de nuestra historia nacional” y no como un héroe instintivo, desconocedor del pasado de México, pues “bien sabía que el precio pagado por la paz interior que duró 35 años, era el de la sumisión a la voluntad del tirano”, aludiendo así al período en que Porfirio Díaz detentó el poder y al que Don José solía referirse como el tiempo del “liberticidio”. 

El hombre que, “por razones de aseo”, evitaba pronunciar el nombre de Victoriano Huerta, exaltaba “la profunda lección moral que Belisario Domínguez dejó a sus compatriotas, al sacrificar con heroísmo la propia vida por el interés de las libertades completas del hombre de carne y hueso, tan atropelladas por esa pesadilla histórica que nos impuso oblicuamente la nación imperial que gobierna al mundo”, refiriéndose a los Estados Unidos de América, pues consideraba al embajador Henry L. Wilson, junto con Huerta, como el asesino intelectual de Madero y Pino Suárez.
 
De hecho, en los trabajos de un ambicioso proyecto para analizar la postura de los legisladores de Estados Unidos frente a México y contextualizar las intervenciones de sus congresistas, (“México en el congreso de Estados Unidos”, Fondo de Cultura Económica, 1988) destacó la necesidad de “rascar las heridas que el transcurso del tiempo acabará por cicatrizar” y de recordar y conocer la profundidad, extensión y frecuencia de los pasados agravios como un deber, pero con “actitud constructiva y no rencorosa”, si bien durante su intervención al recibir la medalla “Belisario Domínguez” en la sede del Congreso mexicano, y recordando que “somos sus vecinos inmediatos, y no se ha fabricado una navaja lo suficientemente filosa para separar los tres mil kilómetros de frontera terrestre que nos unen a aquellos y trasladar nuestro mapa a la Polinesia o a los mares del sur”, retomó sus tesis en un tono más conciliador proponiendo que “tenemos que entender los mexicanos que debemos entendernos con nuestros vecinos y resolver los conflictos con ánimo sosegado y sin rencores procedentes del pasado”. Aseguraba que “a ellos conviene ser amigos de México y de los mexicanos” y que “a nosotros también nos conviene ser amigos de Norteamérica y de los Norteamericanos”.  

Como miembro de la Sociedad Mexicana de Estudios y Lecturas, junto con el poeta Octavio Paz, el filósofo Leopoldo Zea, el arquitecto Carlos Lazo, el geógrafo Jorge Tamayo, el historiador Arturo Arnaiz, el matemático Alberto Barajas, el pintor Raúl Anguiano, y el astrónomo Guillermo Haro, todos rebasando apenas la treintena de edad, José Iturriaga conoció a don Adolfo Ruiz Cortines cuando era gobernador de Veracruz, en la intimidad de una comida ofrecida en la llamada “Casa de Gobierno”. Años más tarde, siendo don Adolfo Presidente de la República, Iturriaga fungiría como su asesor en materia de cultura.

Congruente, sin duda, con el pensamiento ruizcortinesiano, se apegó fehacientemente y de motu proprio al precepto de fortalecer a su país mediante la fórmula del “trabajo fecundo y creativo”, como proponía don Adolfo, de discurso y de hecho, aún antes de ser presidente del país, desde que tomara posesión como gobernador de Veracruz en el emblemático Cine Radio de la ciudad de Xalapa; y habría, en justicia, que agregar “fecundo y febril”, anticipado a la amorosa heredad a su tierra de Francisco Morosini.

Así, pues, fue la obra de vida y de trabajo que nos legó el sabio Don José Iturriaga: fecunda, creativa y febril.

Don Pepe, como se permitía ser llamado cariñosamente, al recibir la medalla “Adolfo Ruiz Cortines” señaló como un privilegio el compromiso de los gobernantes de satisfacer las expectativas de los ciudadanos, y ser capaces de llevarlos a “un sitio invaluable de desarrollo y de bienestar, en el cual se erradique, de una vez por todas, la pobreza que, dicho sea de paso, -dijo-, es antiética y antiestética”. Y puntualizó: “(un sitio) en el que estén en constante crecimiento los índices de educación, de salud y, sobre todo, de empleo”.

Sin duda, entre el amplio abanico de materias de su vasto conocimiento, Iturriaga siempre expresó claramente cuál era su preocupación fundamental, al definirse a sí mismo como mexicanólogo: “Me ha preocupado un tema sobre todos los demás: éste es México, su pretérito, su presente y su futuro”. Esto le llevó a formularse constantemente cuestionamientos que él consideraba fundamentales por sobre todos los demás: “¿Nuestra identidad, nuestro ser como mexicanos, es un participio pasado o un gerundio? ¿Esa identidad está hecha o se está haciendo todos los días?”. Él mismo respondía: “En la medida de que nuestra identidad es lo que somos, nuestro ontos, como dirían los griegos, el dinamismo de nuestro ser, se construye todos los días con una identidad bien arraigada en nuestro fecundo pasado histórico”.

Desde la publicación, en 1951, de su obra más emblemática: “La estructura social y cultural de México”, libro de consulta ineludible sobre las correlaciones más relevantes de los elementos que nos conforman como país, Iturriaga arriesga un perfil de lo mexicano y nos invita a reconsiderar los elementos que influyen en nuestra dimensión cultural. Nos advierte que una nación “que no tiene conciencia propia y que por desmemoria ha dejado de percibir lo que en ella ha sido, está enferma, enajenada, porque al perder la noción de su pasado, carece a su vez de la noción de lo que es ahora, y sobre todo de lo que puede llegar a ser". 

El sabio Don José Iturriaga nos delegó, a su fallecimiento el 18 de febrero de 2011, la alta responsabilidad de validar en la práctica la siguiente reflexión: “Los mexicanos dejaremos de lado posturas doctrinarias inferiores a la noción y a la emoción de partes. Si no fuera así, el país puede desaparecer como nación autónoma, y el mundo quedaría trunco sin él, sin su fértil y grandioso futuro”.  

domingo, 30 de enero de 2011

Elogio de la Lectura y la Ficción

Puedes encontrar el texto completo en la pestaña de arriba, al incio del blog, "Elogio de la Lectura".
Ahí también encontrarás otro fragmento distinto de video.
Y si no lo has visto, hay uno más en mi página de Facebook. 
 

 

Al final del texto, hallarás un enlace a nobelprize.org, donde podrás ver el video del discurso completo, que dura 54 minutos. 

Puedes ver el discurso completo de 54 mins. en : 

http://nobelprize.org/mediaplayer/index.php?id=1416&view=2