Cuando en noviembre de 2009, José Saramago presentó su última novela publicada en vida, Caín, generó brotes de urticaria entre no pocos seguidores del Vaticano.
Las reacciones más febriles se dieron entonces entre las alas más conservadoras de la derecha portuguesa, las cuales resultaron más papistas que el Papa
al solicitar incluso la “desnacionalización” de Saramago, quien a esas
alturas ni se entristecía ni se acongojaba por aquellas vociferaciones,
pues él mismo había dicho ya que escribía para “desasosegar”, lo que
curiosamente funcionó con particular facilidad en el caso de algunos
simpatizantes de la iglesia católica.
De hecho, el
Vaticano mismo no se ocupa de dar mucho crédito a temas que, de por sí,
están planteados como ficción, pero agrupaciones y jerarquías vinculadas
suelen responder con mucha menos tolerancia a ciertos temas.
Así pues, a once años de la edición en español de El Evangelio Según Jesucristo,
los conservadores del mundo no terminaban aún de rumiar su desasosiego
cuando Saramago decidió estropearles nuevamente la digestión.
Ácido
y provocador, José Saramago no dudó en aseverar que "La Biblia es un
catálogo de crueldad y de lo peor de la naturaleza humana'' y sobre sus
detractores específicos declaró que "a las insolencias reaccionarias de
la Iglesia católica hay que responder con la insolencia responsable de
la inteligencia", pues "no debemos permitir que la verdad sea ofendida
cada día por los supuestos representantes de dios en la tierra".
Saramago
siempre se declaró ateo: “no creo en la existencia de un dios... me
parece aberrante creer en un dios… la religión nunca ha servido para
acercar a los seres humanos... fue creada para juzgar, para utilizar la
fe a conveniencia propia… sin ella tendríamos un mundo más pacífico”,
aseveraba.
Saramago ya no añoraba la patria lusa, desde
que la abandonó en protesta porque vetaron la presentación de “El
Evangelio…” al Premio Literario Europeo en 1991. En el jardín de su casa
en Lanzarote, (una isla española del archipiélago de las Canarias
declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO), solía haber dos
membrillos bautizados con los nombres de Antonio López y Víctor Erice,
los cuales, por alguna razón (quizá paradójicamente atribuible a un
fenómeno milagroso) no daban membrillos sino peras. “No he elegido el
exilio, sino la emigración. Mis razones fueron similares a las de
bastantes portugueses que también eligieron la emigración. No se
encontraban bien en su país, y yo tampoco”, habría dicho.
De
alguna manera, el autor expresaba lo que por miedo a la sumisión estaba
proscrito; Saramago nos invitaba a “perder la paciencia” y se definía a
sí mismo como “una persona que a pesar de los horrores que inventó el
siglo XX todavía sueña con dignificar el porvenir”, pero para ello,
afirmaba, “debemos propiciar todo el escándalo social posible para
mejorar la vida, emprender una insurrección moral, ética, humana”.
Falleció
el 18 de junio de 2010, pero al pasar la estafeta, José Saramago dejó
dicho a las nuevas generaciones: “A ustedes los jóvenes les toca el
deber, la responsabilidad y, por qué no decirlo, la gloria de llevar a
la humanidad a la felicidad”. Después de todo, para él eso somos, “Una
especie que gira sin hallar su horizonte, un proyecto inconcluso. Al
parecer lo único que nos distancia en realidad de los animales es
nuestra capacidad de esperanza”.