viernes, 28 de marzo de 2014

Pintar en un mural es escribir la historia; es la forma de ver el arte: Melchor Peredo


“Pintar en un mural es escribir la historia”. Esa la forma en que Melchor Peredo resume el arte de su oficio.
Lo cierto es que escuchar a Melchor Peredo nos implica una enorme cátedra de plástica, no sólo sobre muralismo, sino de la historia del color e incluso de la geografía del color.

“Es que los colores tienen voz –expresa con emoción inocultable- el color tiene mucha personalidad; por eso sabemos que hay un color mexicano que inventó Tamayo y hasta cada ciudad tiene sus tonos; en Venecia (el color) es diferente de los matices de la atmósfera griega, en Grecia yo lo que vi, allá por el Partenón, fue una atmósfera con terracota y Canadá tiene unos colores muy violentos de un azul increíble, ése nos ganó en azules a la ciudad de México”.

El hijo del cineasta Luis G. Peredo eligió una de las formas más dinámicas de la plástica, arte considerado particularmente representativo de la mexicanidad.

Para Melchor Peredo, la premisa fundamental del muralismo es respetar los edificios y no destruirlos, ser parte integral de su arquitectura. “Toda esta producción (de los grandes muralistas) tenía una característica fundamental: que estando basada en el arte egipcio, en el arte italiano, se hace como una decoración para los edificios, es decir, que la pintura mural es fundamentalmente un complemento arquitectónico. Esto es muy interesante porque el problema de la pintura nueva que se está haciendo ahora es que se destruyen los edificios, sobre todo pintándoles las fachadas, y no se les complementa con un elemento que equilibre la plástica; claro, hay momentos idóneos de la historia de la cultura plástica donde la escultura también figura; entonces es escultura, pintura y arquitectura y juntas hacen lo que se llama la integración plástica perfecta”.

Hoy día, hay sólo dos pintores que se dedican al fresco: Melchor Peredo y Arturo García Bustos, uno de los tres “fridos” que sobreviven (alumnos de Frida Khalo).

El fresco, para Melchor, “es una forma de respetar la arquitectura, porque si tú le embarras plásticos a las paredes no estás respetando la arquitectura como si pintas con materiales que son de construcción, que son la cal, los pigmentos y polvo de mármol. Entonces estás pintando con los materiales de construcción y esto hace integrarse más tu pintura al edificio, lo respeta más”.

Según los arquitectos, los edificios modernos están construidos para durar, cuando mucho, 50 años. Quizá por eso Melchor nos dice: “A mí me interesa pintar en edificios históricos, porque es la forma en que sé que se van a salvar… sobre todo si uno tiene el cuidado de no haber ofendido al edificio”.

Melchor asienta que el realismo socialista es el alma del estilo pictórico del movimiento del muralismo mexicano. “Si no existiera esta preocupación por la sociedad, por la crítica, no habríamos tenido nunca este arte tan realista, tan capaz de llegar a las masas, se hubiera perdido en un arte romántico o nihilista”.

“Diego (Rivera) hizo estas consideraciones de que el campesino ya no era esa persona relegada en la sociedad mexicana, sino que eran los héroes: el campesino es el héroe y los obreros son los héroes y esto es una posición perfectamente dentro del realismo socialista”, nos explica.

Melchor Peredo nos habla con voz antigua, rugosa como el rugido del jaguar; en su rostro de piel morena surcan arrugas de sabiduría milenaria y su mirada de águila se pierde en la lejanía mientras los recuerdos danzan a su alrededor como espíritus antiguos pero vigentes que le susurran lo que narra.

Le pregunto ¿por qué eliges precisamente el arte del mural?

“Me das pie para decir algo que es casi una confesión íntima: lo que pasa es que yo de niño crecí en la
religión católica y, entonces, sentía mucho los principios cristianos (que los sigo respetando); quizá por eso o simplemente por mi naturaleza yo tenía mucha pena por la situación de explotación de los ricos contra los miserables; entonces yo, en ese aspecto, ejercí una piedad cristiana. Pero llega el momento en que el movimiento me envuelve a través de la prensa, de la fama de los pintores comunistas y llego a la conclusión, no sé si cierta o incierta, de que lo que no había podido hacer la religión católica lo estaba haciendo el comunismo: liberar a los oprimidos, luchar por terminar con la explotación y entonces es que yo me vuelvo marxista. Claro, me puse a estudiar y lo que tú quieras, pero de corazón me volví socialista y en ese momento yo entendí que a través de la pintura teníamos un arma para poder trabajar esa lucha contra los explotadores y de esa manera liberar y también reconsiderar los valores de la gente del pueblo. Y esa es la razón por la cual yo me decidí a hacer murales desde muy chico, tendría como 14 años. Y claro, yo era ya pintor de nacimiento, desde niño me dijeron que era yo muy buen pintor y ya no pude salvarme. Me perdieron para toda la vida”.

Y al preguntarle si piensa Melchor Peredo en dejar de pintar, en el retiro, recibo un enfático y prolongado “no”. “No, como crees, no, no, no… A lo mejor el día que me muera es que me caigo de un andamio porque mis fuerzas ya no dieron más”.

domingo, 9 de febrero de 2014

“El son jarocho es ahora más que nunca una expresión de identidad”: Mono Blanco

“El son jarocho es, antes que nada y ahora más que nunca, una expresión de identidad”, nos dice, con la
 misma voz cadenciosa y cálida con la que interpreta cada pieza, Gilberto Gutiérrez, considerado por muchos el Mono Mayor.
Mono Blanco es, probablemente, la agrupación más emblemática y representativa en el contexto de la difusión del son jarocho en nuestros días. Su importancia va más allá del tema meramente interpretativo, pues su trabajo como estudiosos e investigadores musicológicos, verdaderos antropólogos del quehacer musical veracruzano, es bien reconocido a nivel internacional.
“Yo creo que en este momento el son ya ha trascendido su ámbito regional, su tierra, donde tuvo origen todo esto”, opina Gilberto y por ello enfatiza que una preocupación de Mono Blanco sigue siendo lo que sucede in situ, “en el lugar, en nuestra tierra porque, sobre todo ahora que la gente migra muy rápido, crece una camada de músicos y se van y esto vuelve a despoblarse”, comenta y, al referirse a la transmisión del conocimiento tradicional, alude con nostalgia a “esa manera en que el abuelito criaba a los nietos” y que ya no es “tan común” hoy día.
Sin embargo considera que, a pesar de todo, el son está en un buen momento, “pues ahora está en las ciudades y… ya hayson en el ámbito internacional, pues ya hay gente tocando en Nueva York, en Argentina, en España, en Inglaterra”; si bien, sobre el impacto que esta difusión tendrá nos dice que “de esto no vamos a saber qué pasa hasta dentro de medio siglo, yo creo, a ver qué prendió y qué no”, pues, considera que, “como todo, hay gente que se preocupa por aprenderlo muy bien y hay gente que nada más busca interpretar un poco para participar de los fandangos”.
A pesar de su naturaleza apacible, el entusiasmo en la voz de Gilberto va in crescendo conforme aborda el tema y nos comparte su sentir: “fíjate que el son también ya está impactando a la nueva música popular mexicana, sean grupos de rock o grupos de pop ya meten una jarana e invitan a músicos jarochos”.
Sobre estas fusiones le cuestionamos hasta dónde se distorsiona y hasta dónde evoluciona el son con ellas: “Es muy interesante este planteamiento porque ahora (con las nuevas tecnologías y la globalización) ya hay música de todo el mundo, porque ahora si se puede”.
Y nos da múltiples ejemplos: “ha pasado mucho con músicos cubanos que se unen con africanos o músicos españoles con africanos, pero también hay unos mexicanos que tocan flamenco con unos africanos que tocan su música y encuentran puntos de convergencia y obtienen muy buenos resultados; luego hay veces que hay músicos que tienen su género y que agarran de otros géneros para mezclar con su música y tienen la base de ellos y también suena interesante; y luego hay músicos que no tienen ninguna de las dos raíces de la música que ocupan para sus tonadas y estos resultados pues ya tienen que ver con el talento del músico, que muchas veces es lo que lleva a que logren una música que, si no tiene ortodoxamente las bases estructuradas de los géneros a fusionar, si tiene la capacidad y el talento genial de un músico que llega a crear una
obra musicalmente interesante, aunque no tenga raíces de esa música”.
Gilberto Gutiérrez y Mono Blanco ven en los músicos jóvenes un semillero para el grupo y para el son, “sobre todo ahora que se está dando algo muy interesante” nos explica, “músicos que vienen de raíz y que están estudiando música; y el otro caso de músicos que están estudiando música y que se acercan a estudiar con los músicos de raíz, como es el caso del son jarocho”.
Esto, considera Gilberto, a la larga nos va a dar resultados que ya se han vivido en otros lugares como en Cuba, en Brasil o en Venezuela, “son países que ya pasaron por ahí pero que empezaron cincuenta años antes que nosotros; nosotros estamos apenas dando pasos que otros ya dieron hace mucho”.
A cada pregunta directa nos devuelve una respuesta directa. ¿Por qué crees que nos rezagamos? “Pues yo creo que en parte por televisa. Tenemos que rescatar nuestros espacios y nuestros foros tradicionales. Nosotros no nos vamos a liar a golpes con nadie por la paternidad de un evento, lo importante es que la gente haga suyos los espacios para que sea la misma gente la que se los reclame a los grandes consorcios que los vienen a corromper con sus esquemas de comercialización”.
“El son es una expresión popular.  No es sólo el son jarocho, hay son en todo México y en toda Latinoamérica. La gente tiene que hacer suyo el son para que éste perviva y esa es nuestra labor y nuestra preocupación como difusores de la música y del son, dárselo a la gente, regalárselos, obsequiárselos para que lo reconozcan como algo suyo, que lo sientan y lo hagan parte de ellos y de sus vidas como lo hacemos nosotros en Mono Blanco. No tienes que ser músico ni zapateador para disfrutar del son”.