“Pintar en un mural es escribir la historia”. Esa la forma en que Melchor Peredo resume el arte de su oficio.
Lo cierto es que escuchar a Melchor Peredo nos implica una enorme cátedra de plástica, no sólo sobre muralismo, sino de la historia del color e incluso de la geografía del color.
“Es que los colores tienen voz –expresa con emoción inocultable- el color tiene mucha personalidad; por eso sabemos que hay un color mexicano que inventó Tamayo y hasta cada ciudad tiene sus tonos; en Venecia (el color) es diferente de los matices de la atmósfera griega, en Grecia yo lo que vi, allá por el Partenón, fue una atmósfera con terracota y Canadá tiene unos colores muy violentos de un azul increíble, ése nos ganó en azules a la ciudad de México”.
El hijo del cineasta Luis G. Peredo eligió una de las formas más dinámicas de la plástica, arte considerado particularmente representativo de la mexicanidad.
Para Melchor Peredo, la premisa fundamental del muralismo es respetar los edificios y no destruirlos, ser parte integral de su arquitectura. “Toda esta producción (de los grandes muralistas) tenía una característica fundamental: que estando basada en el arte egipcio, en el arte italiano, se hace como una decoración para los edificios, es decir, que la pintura mural es fundamentalmente un complemento arquitectónico. Esto es muy interesante porque el problema de la pintura nueva que se está haciendo ahora es que se destruyen los edificios, sobre todo pintándoles las fachadas, y no se les complementa con un elemento que equilibre la plástica; claro, hay momentos idóneos de la historia de la cultura plástica donde la escultura también figura; entonces es escultura, pintura y arquitectura y juntas hacen lo que se llama la integración plástica perfecta”.
Hoy día, hay sólo dos pintores que se dedican al fresco: Melchor Peredo y Arturo García Bustos, uno de los tres “fridos” que sobreviven (alumnos de Frida Khalo).
El fresco, para Melchor, “es una forma de respetar la arquitectura, porque si tú le embarras plásticos a las paredes no estás respetando la arquitectura como si pintas con materiales que son de construcción, que son la cal, los pigmentos y polvo de mármol. Entonces estás pintando con los materiales de construcción y esto hace integrarse más tu pintura al edificio, lo respeta más”.
Según los arquitectos, los edificios modernos están construidos para durar, cuando mucho, 50 años. Quizá por eso Melchor nos dice: “A mí me interesa pintar en edificios históricos, porque es la forma en que sé que se van a salvar… sobre todo si uno tiene el cuidado de no haber ofendido al edificio”.
Melchor asienta que el realismo socialista es el alma del estilo pictórico del movimiento del muralismo mexicano. “Si no existiera esta preocupación por la sociedad, por la crítica, no habríamos tenido nunca este arte tan realista, tan capaz de llegar a las masas, se hubiera perdido en un arte romántico o nihilista”.
“Diego (Rivera) hizo estas consideraciones de que el campesino ya no era esa persona relegada en la sociedad mexicana, sino que eran los héroes: el campesino es el héroe y los obreros son los héroes y esto es una posición perfectamente dentro del realismo socialista”, nos explica.
Melchor Peredo nos habla con voz antigua, rugosa como el rugido del jaguar; en su rostro de piel morena surcan arrugas de sabiduría milenaria y su mirada de águila se pierde en la lejanía mientras los recuerdos danzan a su alrededor como espíritus antiguos pero vigentes que le susurran lo que narra.
Le pregunto ¿por qué eliges precisamente el arte del mural?
“Me das pie para decir algo que es casi una confesión íntima: lo que pasa es que yo de niño crecí en la
religión católica y, entonces, sentía mucho los principios cristianos (que los sigo respetando); quizá por eso o simplemente por mi naturaleza yo tenía mucha pena por la situación de explotación de los ricos contra los miserables; entonces yo, en ese aspecto, ejercí una piedad cristiana. Pero llega el momento en que el movimiento me envuelve a través de la prensa, de la fama de los pintores comunistas y llego a la conclusión, no sé si cierta o incierta, de que lo que no había podido hacer la religión católica lo estaba haciendo el comunismo: liberar a los oprimidos, luchar por terminar con la explotación y entonces es que yo me vuelvo marxista. Claro, me puse a estudiar y lo que tú quieras, pero de corazón me volví socialista y en ese momento yo entendí que a través de la pintura teníamos un arma para poder trabajar esa lucha contra los explotadores y de esa manera liberar y también reconsiderar los valores de la gente del pueblo. Y esa es la razón por la cual yo me decidí a hacer murales desde muy chico, tendría como 14 años. Y claro, yo era ya pintor de nacimiento, desde niño me dijeron que era yo muy buen pintor y ya no pude salvarme. Me perdieron para toda la vida”.
Y al preguntarle si piensa Melchor Peredo en dejar de pintar, en el retiro, recibo un enfático y prolongado “no”. “No, como crees, no, no, no… A lo mejor el día que me muera es que me caigo de un andamio porque mis fuerzas ya no dieron más”.