“Y aunque sea verdad no es cierto
y aunque tu foto han traído,
mentira que te hayas muerto
nomás estás fallecido.”
Canción: “En el altar”, fragmento.
Interpreta: Jugosos Dividendos.
Compositor: Rafael Campos.
El culto a los muertos (y al concepto y contexto de la muerte) tiene en nuestra percepción un arraigo cultural tan antiguo como el Mictlán.
El carácter festivo de su concepción se origina en la sociedad mexica, donde forma parte complementaria del ciclo cosmogónico natural y es vista como un despertar, como un renacimiento y no como el final.
De ahí que nuestra apreciación colectiva del proceso de la muerte, infiera que los muertos no se van del todo sino que, de alguna manera, permanecen entre nosotros para seguir compartiendo (o conviviendo, para expresarlo en términos más “vívidos”) en los devenires cotidianos.
Por ello es que año con año se les “invita”, como a los viejos tíos o a los primos lejanos, a compartir alimentos especialmente preparados y festejar con flores, aromas, cantos y algarabía la dicha de su visita.
De hecho, los aztecas tenían no una, sino al menos cinco fiestas principales durante el año en las cuales realizaban actividades de interacción “social” con sus muertos. Ninguna de ellas, por cierto, dedicada específicamente a Mictlantecuhtli, sino regidas por otras deidades alternas.
Esto se debe a que la principal advocación de la muerte entre los aztecas, representada por Mictlantecuhtli, era presencia común en la vida mexica de tal manera que, más que de festejo, era objeto de convivencia habitual.
Precisamente en esa cohabitación ordinaria con la presencia de la muerte reside nuestro hábito por el trato familiar y desinhibido hacia su imagen, al grado de haberla convertido en instrumento de bromas, testimonio de tradición y objeto de culto.
Así pues, de la celebración a Mictlantecuhtli a la adoración de la Santa Muerte, pasando por las catrinas de Posada y las calaveritas de azúcar, hasta las historias de elegantes damas que abordan taxis a media noche pidiendo corrida al cementerio y viejas tías fallecidas que deambulan por la casa de los abuelos, todo ello aderezado por los aromas y colores de incienso, comida, flores y papel picado, seguiremos procurando la presencia, más lúdica que solemne, de la muerte entre nosotros, pero particularmente seguiremos invitando a nuestros muertos a permanecer en la cotidianidad de nuestras vidas.
“-No me vengan a rezar-
dejó dicho a su compadre,
-silencio acá abajo hay mucho
-silencio acá abajo hay mucho
mejor tráiganme desmadre-.”
Canción: “En el altar”, fragmento.
Interpreta: Jugosos Dividendos.
Compositor: Rafael Campos.