Gabriel Orozco es un artista que huye.
Es un artista en movimiento constante, que construye sus
propias realidades alternas a partir de la cotidianidad de los lugares en donde
temporalmente habita. Huye de las construcciones visuales tradicionales para
crear su propio y único lenguaje visual. De hecho huye de
líneas discursivas desgastadas para crear alguna nueva definición, que escapa
de las denominaciones genéricas del arte actual: conceptual, povera, ready
made, minimalismo, arte-objeto; Gabriel Orozco no se permite encuadrar en llanas
definiciones; es sencillamente, como lo describió el artista brasileño Hélio Oiticica, un ente inaccesible.
“Creo que un artista tiene la
responsabilidad de crear un universo que contenga la complejidad y la
inmensidad de la capacidad humana”, ha dicho Orozco, y esto lo transmite y
proyecta en toda su obra, en la que replantea una y otra vez el papel de la
cotidianidad y sus contenidos, sus objetos y la carga vital y emocional que de
ellos emana.
Considerado uno de los diez creadores
más influyentes del mundo, Gabriel Orozco nació en Xalapa, en 1962. Hijo del
célebre muralista Mario Orozco Rivera, se forma en la Escuela Nacional de Artes
Plásticas de la UNAM y en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, España.
En su obra, Gabriel Orozco busca
comprometer las nociones convencionales de la realidad, poniendo a girar
vertiginosamente la imaginación del espectador. “Lo importante no es lo que la gente ve en
el museo”, dice Orozco, “sino lo que la gente ve después de mirar los objetos
en un museo, es decir, cómo confronta después la realidad”. Para él, el arte
debe regenerar la percepción de la realidad, enriquecerla y transformarla.
Desde el 9 de noviembre y hasta el 13 de
enero próximo, el museo Guggenheim de Nueva York mostrará una colección
de 2,400 objetos cotidianos recolectados y transformados en arte por el creador
Xalapeño.
Como Nueva York, París, Berlín, Milán o
Londres, han sido ciudades cuyas más prestigiadas galerías (el MoMA
de Nueva York, el Kuntsmuseum en Basel, el Tate Modern en Londres y el Centre
Pompidou en París) le han recibido. En todas ellas,
Orozco reinventa el arte, ya no de la plástica sino de la percepción misma,
mediante la redefinición y la búsqueda constante de la perpetua renovación de
dichas percepciones. Más que transformar o replantear los objetos, Orozco
irrumpe en ellos, en su esencia misma para darles esa resignificación que
conlleva la construcción de un mundo sobre otro, alterno pero cotidiano.
Hoy, Orozco mismo es pieza de cotidianidad, al lanzar una casa
tequilera una botella de edición limitada a 400 unidades conmemorando al
artista. La botella de tequila, que tiene grabada la emblemática obra
de Orozco Black Kites convirtiendo el envase en una pieza de
colección, fue elaborada con cristal y grabada manualmente con el famoso diseño
del cráneo humano con textura de un tablero de ajedrez que muestra dos
conflictos de la vida: la racionalidad y la incertidumbre. Dicha botella fue
galardonada con el premio Gran Prix Strategies du Luxe, siendo así la primera pieza
mexicana en conseguir este reconocimiento.
La obra de Gabriel Orozco requiere ser
constantemente reinterpretada por sus espectadores. Es, como él mismo lo
describió de su “caja de zapatos vacía” presentada en la Bienal de Venecia en
1993, (probablemente su obra más incomprendida, lo que puede ser mucho decir), ”una
pregunta en sí, un recipiente vacío para ser llenado” cada vez por el propio
espectador, huyendo así, una vez más, incluso de la percepción sedentaria.
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